En el mes de enero del 2020 por un trabajo académico, elaboré mi proyecto de vida para este año el cual incluía: viajar a Europa, socializar más, hacerme de un círculo más grande de amigos, cuidar de mi salud, bajar de peso, hacer ejercicio, mejorar la calidad de mis relaciones interpersonales, comprarme algunos gustitos y especialmente comenzar un proyecto de negocio profesional.

Y Dios se río de mis planes, ¿Cuándo me iba a imaginar que nos llegaría una Pandemia? Sí, una pandemia en una era donde la tecnología, ciencia avanzada y biotecnología de primer nivel no fueron suficientes para poder controlarla, estaba paralizando a todo y a todos en el mundo.

Para el viernes 20 de marzo en México ya me encontraba haciendo trabajo desde casa, con todas las preguntas en mi cabeza, estresada por un nuevo desafío de administrar mis espacios y mis tiempos “¿Será cierto esto? Parece una película de ciencia ficción, ¿Cuánto durará? ¿Está en riesgo mi trabajo? ¿Está en riesgo mi vida y la de mi familia? ¿Cómo tener todo bajo control?” ¡TODO ERA INCONTROLABLE!

Eran preguntas que no paraba de hacerme, entonces la visita incomoda llegó: “La ansiedad” llegó sin pedir permiso, sin llamar antes de caer de sorpresa; llegó con sus amistades más íntimas: la agitación acompañada de opresión en el pecho, su amigo el insomnio con el cual tuve grandes y profundas charlas, y en especial la más intensa, la gran preocupación por el futuro y por la muerte.

Personas cercanas a mí enfermas de COVID-19 me hacían vivir un impacto emocional muy fuerte y una sensación de correr a máxima velocidad, una serie de pensamientos acerca del futuro pasaban constantemente, el papel de todas las redes sociales, la prensa y nuestro desafortunado sistema de salud, fueron las variables más inciertas y de gran confusión entre nuestra población.

Los seres humanos tuvimos que hacer un alto en nuestra agitada vida, las familias tuvieron que convivir las 24 horas en un mismo espacio, la gente tuvo que administrar de una manera consciente sus finanzas, los centros de trabajo tuvieron que echar mano de sus estrategias corporativas, operativas, financieras y de capital humano para dejar los menos recursos en el camino; los comercios tuvieron que cerrar y comenzar a buscar con mucha creatividad y responsabilidad ingresos para llevar a sus casas; los lideres tuvieron que hacer su parte, sacando su fuerza y sus mejores habilidades para influir de una manera no solo para los resultados, sino para inspirar a la esperanza a sus seguidores, nuestra gente en otros países tuvo que buscar por largas semanas vuelos para poder regresar a su México lindo y querido.

Todo estaba ocurriendo de una manera acelerada, y yo no me permitía darme cuenta del maravilloso regalo que este virus nos estaba regalando a la humanidad completa.

Estamos ciertos que Dios, nos está dando un gran regalo acompañado con un “revolcón”, y cuando refiero este término me llega a la mente una experiencia que tuve a los 21 años cuando vacacionaba en unas hermosas playas mexicanas; en medio de la diversión y de experimentar aventuras me subí a la famosa “banana” junto con una pareja de cubanos ( ya saben siempre animados y en fiesta) antes de subirme nos fue entregado un chaleco salvavidas ¿Quién pensaría que esa cosa de color naranja con cintas ajustables iba a ser de vital importancia y para mi salvación?.

Ante la inmensidad de ese mar que por cierto se veía picado, la pareja cubana comenzó a jugar entre ellos para derribarse y caer al mar, entre empujones y risas voltearon la banana, recuerdo como mis hermosas uñas de horas de salón quedaron clavadas en aquella banana para poderme sostener, sin tener éxito; Al voltearse aquella cosa horrible que a tantos divertía, recuerdo exactamente la escena: yo debajo de la superficie mirando solo agua turbulenta, sin ninguna oportunidad de subir y respirar, paralizada de miedo abriendo mis ojos sin importar lo salado del agua de mar y mirando a todos lados para buscar ayuda, todo se nubló, no era consciente de lo que estaba sucediendo, el miedo y el pánico me hicieron presa.

Todo se veía terriblemente mal; gracias a Dios solo fueron unos segundos y pude subir a la superficie con ese amado chaleco naranja, lo amé para siempre, nunca quise a un accesorio con tal devoción. El miedo aterrador de ese momento jamás lo podré olvidar.

Esta pandemia me hace sentir un poco así, sé que vamos a salir a respirar de nuevo, ahora todo parece una turbulencia, sin consciencia de un futuro mejor, pero por el momento tendremos que aprender a caminar en confianza, divertirnos, aprender a fluir y a dejar que nuestro chaleco naranja (Dios, tu fe, la esperanza, herramientas de vida adquiridas, el amor a ti y a los demás, los deseos de vivir y el equilibrio) te lleven a la superficie y podamos respirar juntos con normalidad.

Deseo que esta reflexión te lleve a mirar dentro de ti y contestarte ¿Qué he aprendido de todo esto?, ¿De qué estoy agradecido al día de hoy? ¿Cuáles han sido mis peores miedos? ¿De qué estoy hecho y cuáles han sido mis prioridades de verdad? ¿Cuál es mi chaleco salvavidas naranja en caso de necesitarlo?

Si estás pasando por situaciones difíciles no dudes en buscar ayuda con expertos, uno de los resultados que dejará esta pandemia es toda una ola de afectaciones emocionales, no te quedes en la profundidad de tu mar, allá afuera otros están viviendo cosas parecidas a las tuyas que podrán facilitarte el camino.

En Insight estamos para ayudarte

Con cariño,

Zulma Pacheco